"La vida es muy difícil. Si quedamos mas o menos cuerdos es por el amor que nos dieron nuestros padres, como quiera que lo hayan expresado". (Paul Auster)
No hay manual de instrucciones, los hijos llegan con el dolor necesario y la ilusión desencadenada. Hay un revuelo general en toda familia que recibe un retoño, un auténtico tsunami físico y emocional que, a veces, termina con la propia familia.
Los retoños crecen, se hacen adultos, hombres y mujeres en los que ponemos ilusiones excesivas, frustraciones que nos atormentan o deseos que quisimos para nosotros. Y cuando así actuamos, casi siempre nos equivocamos.
Aun así, pretendemos y hasta coseguimos, que nuestros hijos crezcan sanos y fuertes, por dentro y por fuera, que se conviertan en seres útiles para si mismos y para la sociedad que los acoge, que sean capaces de amar y ser amados como solo los padres podemos hacerlo, todo sea por y para ellos y sin embargo, hay ocasiones en que se tuercen las intenciones, se curvan aquellos deseos y un hijo sufre porque nadie lee sus silencios, nadie escucha sus lamentos y llega la ausencia y el desencanto.
A mi me queda la culpa, me acompaña siempre; no puedo dejar de sentir que tal vez pude hacer más, pude luchar más , pude hacerme oír mas alto cada una de las veces que lloraba desesperada pidiendo sobretodo comprensión. Diré en mi descargo, mas por consuelo que por convicción, que también son responsables todos y cada uno de aquellos que no me oyeron, que no deslizaron un segundo su mirada sobre todo lo que hoy es una evidencia.
No son pocos. Y yo lloraba a solas y en silencio. ¿Por qué me quejo?
No son pocos. Y yo lloraba a solas y en silencio. ¿Por qué me quejo?
Siempre me quedará la culpa para justificar errores y sobretodo para intentar comprender que destino extraño y malintencionado me golpea y se me enfrenta cada día.
En el límite de la comprensión racional, la necesito para vivir.