Tenía algunos años, no muchos, y siempre vivió sola. Su madre la abandonó recién nacida, sobrevivió al resto de la camada y se crió entre las hortensias de mi jardín sin que nunca pudiéramos tocarla, era tan esquiva que en todo su tiempo de vida no fuimos capaces de mimarla como al resto de bichos que pueblan mi casa y mi vida. Solo ahora, casi al final, se dejaba acariciar minimamente mientras comía.
Su nombre era debido a sus pies, blancos, como si llevara calcetines; recuerdo perfectamente el día que le pusimos el nombre. Era verano, yo tomaba el sol en el jardín y las niñas, aún con esa edad que admite alegrías y juegos de campo, intentaban que ella se acercara, cosa que nunca se consiguió del todo. Puesto que ya había un Calcetines yo les dije "pues parece que lleva patucos, llamadla Patuca" y así quedó.
Luego fue también Patu, Patuqita, Patuqui, en fin, cuanto derivado se nos ocurría, fue procreadora incansable de innumerables camadas de las cuales quedan Cosa, Chispita y Frida y tengo que decir que me falta su presencia en la ventana de mi cocina donde pasaba las horas en los últimos tiempos.
Hace tres semanas que no sé nada de ella, lo que me hace pensar que aquella respiración ruidosa que se le oía le ha pasado factura con estos fríos.
Siento no haberla tenido al final, cuidarla y mimarla como se merecía, porque aún siendo como era, fue muy querida en casa, era cariñosa a su manera y siempre estaba ahí, con esa presencia que imponía la edad y la sabiduría de gata vieja y lista, con esa mirada limpia, clara y agradecida que tienen algunos seres vivos y deberíamos copiar otros.
Adios Patu.